Un cordero tandilense siempre genera buena conversación y hace que las copas de burbujeante y espumosa cerveza baje por las gargantes ardientes de los invitados al convite.
A veces la noche puede terminar con alguna que otra reflexión, o con efedrín para poder retirarse hacia esos boliches provinciales donde la aglomeración es moneda corriente.
También puede ocurrir que dos valientes hagan un casting de putas para el homenajeado y elijan a la que tenga pinta de más guarra y que otros dos degenerados se quieran prender en el buen rato que debe pasar el festejado aniquilando así toda posiblidad de verle la cara a Dios.
Quizás el dueño de casa decida irse por otros páramos con su novia a cuestas, a olerle el pelo y realizar actos de inusitada ternura debajo de una chapa o, en su defecto, en un piringundín.
Y la soledad del resto puede llevarlos a creer que si uno deja el auto en punto muerto en determinado camino de tierra semi-inclinado, el vehículo subira por sus propios, como si un demiurgico imán lo decidiera.
Mientras Walter invade la tierra, nosotros seguimos mirándonos al espejo y pensando que ocurriría si esta noche es el día.
¡Apenas pueda, me vuelvo para Buenos Aires!
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